El arte contemporáneo, en sentido literal, es el que se ha producido en nuestra época: el arte actual. No obstante, el hecho de que la fijación del concepto se hizo
En el arte del siglo XX, como en todos los ámbitos de la vida contemporánea, la ruptura con los módulos tradicionales es una de las características esenciales. El constante cuestionamiento de los convencionalismos convierte en un valor en sí misma a la transgresión por el mismo hecho de ser provocativa (épater le bourgeoise), con que la provocación termina fijándose como una convención más, y por tanto, generadora de oposición tanto desde una óptica subversiva como conservadora (todo lo que no es tradición, es plagio -Eugenio D'Ors-).
Los constantes avances científicos acostumbran a individuo y sociedad a dar por sentado que las posibilidades para el desarrollo de cuotas cada vez más altas de bienestar y consumo sólo está frenado por obstáculos sociales y políticos que cada vez tienen menos sentido; o al menos cada vez se soportan con menos paciencia, se denuncian y no dejan de ser removidos, bien sea por el reformismo social e institucional, bien por revoluciones de muy distinto signo, movilizaciones de masas y las más violentas y mortíferas guerras de la historia.
La propia personalidad del hombre es objeto de cuestionamiento, a través de los obscuros caminos del inconsciente desvelados por el psicoanálisis.
El artista ha accedido a su completa libertad, o al menos es lo que de él se espera, en una nueva función social que lo equipara a poetas y pensadores (los intelectuales) que se supone que han de interpretar la realidad y señalar los caminos de futuro.
La técnica por un lado, pone al hombre en posición de poder intentarlo todo; pero no sin crearle al mismo tiempo una nueva esclavitud: la de la máquina (fordismo y cadena de montaje magistralmente reflejados en Tiempos modernos de Charles Chaplin -1936-), un mundo repetitivo de una intensidad agobiante que, pese a su comodidad, produce un gran desasosiego e insatisfacción, que el arte expresa a través de la irracionalidad.
Todo se ha intentado y todo se ha hecho posible, en la realidad como en el arte. Si se habla de una nueva arquitectura espacial, si es posible una ciudad subterránea, también la escultura se ha convertido en un objeto que se mueve, o confunde sus límites con la pintura, que se hace matérica. La misma música ha llegado a ser conjugada con las artes plásticas. Nunca ha habido una mayor capacidad asociativa entre las artes.
Pero es evidente que esta libertad para inventar y crear permite todo tipo de excesos, desde los excesos creativos conscientes de las vanguardias que el nazismo demonizó como arte degenerado, hasta los subproductos artísticos de consumo masivo que la élite desprecia como "de mal gusto": el kitsch (trivialidad y capricho sin depurar, deliberada o inconscientemente ajeno a la supuesta finalidad trascendental del arte).
En el arte del siglo XX, como en todos los ámbitos de la vida contemporánea, la ruptura con los módulos tradicionales es una de las características esenciales. El constante cuestionamiento de los convencionalismos convierte en un valor en sí misma a la transgresión por el mismo hecho de ser provocativa (épater le bourgeoise), con que la provocación termina fijándose como una convención más, y por tanto, generadora de oposición tanto desde una óptica subversiva como conservadora (todo lo que no es tradición, es plagio -Eugenio D'Ors-).
Los constantes avances científicos acostumbran a individuo y sociedad a dar por sentado que las posibilidades para el desarrollo de cuotas cada vez más altas de bienestar y consumo sólo está frenado por obstáculos sociales y políticos que cada vez tienen menos sentido; o al menos cada vez se soportan con menos paciencia, se denuncian y no dejan de ser removidos, bien sea por el reformismo social e institucional, bien por revoluciones de muy distinto signo, movilizaciones de masas y las más violentas y mortíferas guerras de la historia.
La propia personalidad del hombre es objeto de cuestionamiento, a través de los obscuros caminos del inconsciente desvelados por el psicoanálisis.
El artista ha accedido a su completa libertad, o al menos es lo que de él se espera, en una nueva función social que lo equipara a poetas y pensadores (los intelectuales) que se supone que han de interpretar la realidad y señalar los caminos de futuro.
La técnica por un lado, pone al hombre en posición de poder intentarlo todo; pero no sin crearle al mismo tiempo una nueva esclavitud: la de la máquina (fordismo y cadena de montaje magistralmente reflejados en Tiempos modernos de Charles Chaplin -1936-), un mundo repetitivo de una intensidad agobiante que, pese a su comodidad, produce un gran desasosiego e insatisfacción, que el arte expresa a través de la irracionalidad.
Todo se ha intentado y todo se ha hecho posible, en la realidad como en el arte. Si se habla de una nueva arquitectura espacial, si es posible una ciudad subterránea, también la escultura se ha convertido en un objeto que se mueve, o confunde sus límites con la pintura, que se hace matérica. La misma música ha llegado a ser conjugada con las artes plásticas. Nunca ha habido una mayor capacidad asociativa entre las artes.
Pero es evidente que esta libertad para inventar y crear permite todo tipo de excesos, desde los excesos creativos conscientes de las vanguardias que el nazismo demonizó como arte degenerado, hasta los subproductos artísticos de consumo masivo que la élite desprecia como "de mal gusto": el kitsch (trivialidad y capricho sin depurar, deliberada o inconscientemente ajeno a la supuesta finalidad trascendental del arte).
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